martes, 11 de octubre de 2011

Porque muchos son los llamados...

Llevamos un par de días preparando el que será el gran día de Fátima, nuestra compañera de residencia.

Fátima se instaló en la residencia inaugurando el noviciado de nuestra casa reformada. Después de tres años de formación está dispuesta a dar el siguiente paso, hacer los votos temporales.

La residencia está revolucionada. Las hermanas van corriendo de un sitio para otro, apenas hay tiempo para ensayar los cantos de la ceremonia y mañana empezaremos a acoger a sus familiares y amigos.

Desde que el viernes volví a casa apenas he visto a nuestra compañera. Comentan que está de retiro, se ha ido a reflexionar, a orar... 

La maestra de novicias, la hermana Marta, nos contaba esta misma tarde que había hablado con ella y entre nervios y alegría solamente le había dicho: '¡Ya ha llegado el día!'. 

Entre tanto jaleo, las demás nos hemos puesto de acuerdo para comprarle un pequeño regalo.

Cuando volvía de clase, en la misma puerta de la resi me encontré con Sara, una compañera que apenas pasa de los diecisiete años y no tiene muy claro qué hacer con su futuro. Tenía que hacer unas compras y le pedí que me acompañara. Después le propuse pasar por la librería religiosa y preguntar a la dependienta cuál podría ser el regalo perfecto para Fátima.

Llevan unos cuantos meses con la tontería de que yo seré la próxima novicia y como tampoco lo desmiento, al contrario, les sigo el juego, mientras caminábamos Sara me ha preguntado con sus mejores intenciones:

- María, ¿quieres ser monja?
- No... Bueno... No sé... ¿¡Por qué me preguntas eso!? ¿Y tú?
- Yo tampoco lo sé.

No he sabido qué responder y, por suerte, ya estábamos en la puerta de la librería dispuestas a entrar.

Tras ver la colección de libros, santos y demás que allí había, salimos más confusas de lo que entramos. En la puerta tuvimos unos minutos para continuar la conversación.

Sara me decía que quería ir a catequesis para confirmarse pero que el sacerdote de su pueblo se había negado a darla para solo dos niñas y, como pudimos, no tardamos en buscar solución. 

De vuelta a casa, la hermana Marta nos esperaba en el oratorio para nuestras reuniones semanales. 

Continuamos con el tema del gusto, pero esta vez no hemos necesitado saborear bombones ni gominolas. Hemos dado gracias por el gusto de llegar a casa y abrazar a la familia, el gusto de encontrar gente con las mismas inquietudes...

"Si tienes fe en Dios, asume el compromiso de ser cada día más bueno, más humilde, más justo, y podrás cumplir todos los compromisos adquiridos. Él te apoyará y nunca estarás solo."

2 comentarios:

Angelo dijo...

Esa alegría interior será la mejor consejera para saber en todo momento la elección que debemos realizar.
Un relato genial. Un saludo

María dijo...

Esa alegría interior de la que hablas está en su mejor momento, se hace notar y se desprende por todos lados. La decisión está a punto de tomarse.

Un abrazo