jueves, 27 de enero de 2011

Mi jacinto comienza a florecer

Es uno de esos días en los que no me apetece hablar con nadie. Solo tengo ganas de echarme a llorar, de olvidar todo. Las cosas no han salido como esperaba, de hecho, últimamente no sale nada como yo pretendía que saliese. Pero, ¿alguna vez fue eso posible? Yo qué sé.

Bien, acabo de mirarme la rodilla y me he encontrado con rasguños que ya ni siquiera recuerdo con qué me hice. Estoy desorientada, ya ni pienso en mí misma. Agacho la cabeza y continúo mi camino.

Sigo viéndole y me duele. ¿Acaso va a parar esto alguna vez? No aguanto ni un segundo más esos sentimientos que quiero detener y que no soy capaz. Ya ni odio ni amor. Solo me queda la indiferencia y el recuerdo de que una vez estuvo ahí. Quiero sustituirle, pensar en otras cosas...

También me siento un poco abandonada en esta habitación. Ya no recibo visitas inesperadas, bueno, tampoco me gustaría tenerlas. Ya hace algún tiempo que me dedico a poner la cara que no me apetece enseñar. No quiero hablar ni decir lo más mínimo que se me pasa por la mente en ese momento para recibir oídos sordos. Yo también tengo problemas y no siempre querría escuchar los vuestros. La coraza aumenta poco a poco. Llegará el día en que no pueda quitarla y entonces seré como un maniquí. Nada saldrá de mi boca y tampoco perderé el tiempo oyendo vuestras bobadas.

Sigo liberando endorfinas aunque ahora no me sirve de nada. ¿Dónde está mi felicidad? Me canso de recibir patadas y más aún de buscar en vano. Pensaba haberla encontrado pero ya he visto que era solo una pequeña ilusión, algo que salió de mi imaginación y que, en verdad, nunca estuvo ahí.

Y lo peor de todo es que empiezo a jugar con algo más importante, con mi salud. No sé cuidar de mí misma y ya van surgiendo los primeros síntomas. ¿Me va a prohibir el médico estudiar? ¿Salir a la calle para no ver a nadie? ¿Va a obligarme a tener una sonrisa permanente? Estoy agotada para hacerle caso. Jamás pensé que llegaría este extremo.

Y las lágrimas comienzan a caer. No hay un motivo aparente, es la gota que colmó el vaso. "Son las hormonas", llevo diciéndome toda la tarde. Hacía bastante tiempo que no pasaba por esto. Me falta la película triste. La sustituyó el libro. Lo acabé y el final me ha dejado peor de lo que estaba. Me ha parecido fascinante, nunca imaginé que acabaría así.

He logrado desahogarme un poco. Mañana será otro día con nuevas aventuras y nuevos riesgos que correr. Confío en que llegue alguien y sepa sacarme la sonrisa, sin tener que forzarla. Estoy segura de que lo hará.

martes, 25 de enero de 2011

No hay peor enemigo...

He perdido la costumbre de escribir. Va todo tan de maravilla que no tengo tiempo para perderlo contando las desgracias que ya no me afectan. Hace un par de semanas decidí empezar desde el principio y reforzar los pilares de la casa que estoy construyendo. Ya casi está terminada, solo queda colocar el tejado, en cuanto sepa la última calificación.

Ahora me dedico a hacer deporte. Mejor dicho, hacer deporte y comer poco, por ese motivo me dieron un aviso desde casa. ¿Qué es eso de no cenar? ¿Por qué ahora haces tanto deporte? ¿Estás tonta? Son las frases que más escucho últimamente. Aunque con mucha probabilidad podría contestar únicamente a la última pregunta. Sí, estoy tonta, de nuevo.

El tema de hoy no es ese, ni mucho menos se parece.

Me he enganchado al libro que me había dejado a medias este verano por aburrimiento. No diré cuál es porque voy a empezar a spoilear. Nadie sabe cómo ni por qué pero el protagonista, todo un hombre de buena fe, ha sido acusado de drogar a su mujer y de violar a su hija. Así, de un día para otro. Lo peor no es la acusación, sino que ha sido su mujer quien lo ha hecho.

¿Cómo es posible que la persona que más quieres te achaque de esas acusaciones? Hubo un día en que me sentí como este personaje. Yo no era culpable tampoco y se me inculpaba de algo que no había hecho, que ni siquiera se me hubiese pasado por la cabeza. La verdad nunca salió a la luz. Ni saldrá. Lo más sencillo es callar y que te cuenten los demás cómo avanza tu propio juicio lleno de mentiras y falsedades en el que tú no estás presente. Por suerte, mi abogado sí que está allí, escuchando todo y cumpliendo su función.

Una vez que decides hacer oídos sordos, lo único que guardas para esa persona que te culpa es rencor. No hay otro sentimiento para describir mejor esa sensación. Pasa a tu lado y su perfume solo te causa indiferencia. No tiene vuelta atrás.

Dudo que por mucho que intentase que todo fuera como antes, haya algo en mí que dejase a esa persona entrar en mi vida tanto como lo hizo para salir corriendo sin cerrar la puerta. 

"No hay peor enemigo que un amigo venido a menos". Y cuantísima razón tuvo quien escribió el libro al plasmar ese dicho.

Ya no puedes confiar en nadie. Cuando menos lo esperas ahí están para clavarte la puñalada más profunda que jamás hayas recibido. Por eso, no hay que fiarse ni de nuestra propia sombra.

La traición es uno de los peores defectos del ser humano. Es inevitable y se hace más a menudo de lo que se debería. Recae sobre los que más quieres y jamás podrás volver a recuperarles una vez realizado el perjurio. Se origina sin maldad para atraer a nuevas personas a nuestras vidas sin darnos cuenta de que en realidad estamos echando a otras más importantes. 

Y duele, hace daño, un pesar irreversible.

viernes, 21 de enero de 2011

Ultreia, Suseia, Santiago

Recuerdo ese día como si hubiese sido ayer. Seguía mi camino y poco a poco me daba cuenta de que las personas que me rodeaban habían avanzado a una velocidad que yo, en ese momento, era incapaz de alcanzar.

Apenas levantaba la cabeza del suelo para percibir que la que había sido mi compañera esos días ya ni se le veía del ritmo que había tomado. Quizá había sido yo la que poco a poco hacía que mis pasos cada vez fuesen más lentos. Me era imposible, mis tendones decían basta, mi rodilla no hacía otra cosa que quejarse, por no hablar de mis tobillos que deseaban llegar al final más que yo.

Casi rendida, agaché la cabeza y empezaron a surgir lágrimas de mis ojos. Unas lágrimas que jamás habían caído como cayeron ese día. No hacía más que pedirle por favor que me diese fuerzas para poder continuar pero cada vez me pesaba más mi "penitencia" (mi mochila).

Lo poco que conseguía mirar hacia arriba era para comprobar que el coche- escoba no podía meterse por esos caminos tan complicados.

Mientras continuaba pidiendo y llorando, una voz se escuchó de lejos, algo tan simple como un "¡¡¡vaaaaamos, que tú puedes!!!" Saqué fuerzas de dónde no las había y comencé a correr para alcanzarla. En apenas unos minutos casi había recorrido más trayecto que la hora que había estado desanimada. Sólo quería llorar de la alegría de ver que, aún estando con el ánimo por los suelos, una vocecilla había sido capaz de darme las suficientes fuerzas como para seguir y, lo más importante, terminar la parte de Camino de ese día.

En ese mismo instante comprobé que aquel día había sido como algunas de las peores temporadas que he vivido. Sólo con unas palabrillas fui capaz de sacar valor donde no lo había. Sólo recordando esas palabrillas voy a ser capaz de ponerme en pie cuando caiga y echarle eso que pensé que no tenía.

lunes, 17 de enero de 2011

Volver a amanecer


Me encuentro angustiada, mañana hay examen. No es la típica sensación de nervios pre-examen, es algo distinto. Es como si tuviese la cabeza en otro sitio pero no sé dónde. No puedo centrarme, solo hay revuelo a mi alrededor y no es que sean horas de ello.

Madrugué, como todos estos días, y la sensación era ya extraña, intuía que algo iba a ocurrir. Todo parecía normal cuando comencé a realizar ejercicios de bombas que jamás había sabido cómo hacerlos. Esa es la cuestión "jamás supe hacerlos" y hoy, casi sin darme cuenta, los comprendí, entendía todo su significado. Era el primer paso de algo importante. Más tarde me dijeron que comíamos en familia, ¿qué más se puede pedir?

Sí, sí que puedo pedir más. Mi estómago empequeñece, los nervios lo están devorando. No entiendo por qué empieza a oler a tabaco en mi habitación. Quizá sea obsesión. Cruzo las piernas, las descruzo. Me levanto, me vuelvo a sentar. Bebo agua, me lavo la cara. Todo es inquietud. Y mañana, ¿qué nos deparará el día?

Anoche vino el sueño muy pronto y enseguida cogí la cama. Como siempre empecé a dar vueltas a todos mis pensamientos, todos los recuerdos, todas las preocupaciones que sentía en ese momento y que poco a poco me llevaron a dormirme en un profundo sueño. No sé qué hago soñando con la playa en pleno enero, posiblemente empiece a necesitarla, a requerir unas vacaciones y eso que aún no he comenzado a angustiarme o tal vez sí. Siento la necesidad de desconectar, de desaparecer por unos segundos y olvidarme de todo lo que me invade. ¿Ahora? Imposible. Necesito una disponibilidad de mi mente total y no empleo ni la mitad. 

¿Realmente tengo tantas preocupaciones? Seguramente muchas más. 

Echo de menos las noches sentada en la ventana observando la calle vacía, las farolas vacilando, los abetos vibrando al compás del viento, las banderas moviéndose, las lechuzas que aparecen y desaparecen en un abrir y cerrar de ojos y, echo en falta, la compañía. Es lo que más extraño. Esa sensación de que podrías pasarte ahí, en el escritorio, hasta el amanecer, solo te lo impide el madrugón del día siguiente. Es impensable cómo en esos momentos irrumpen tantas reflexiones, tantos pensamientos. Solo necesitas un lápiz y un papel. 

Y no, esta vez no quiero hablar de él, ni tampoco me gustaría que ella hablase. Estate callada, mira a tu alrededor y disfruta. Deja volar tu imaginación. Intenta que tu mente te haga estar en otro lugar, no conmigo, sino con quien más quieres en este mismo instante...

¿Lo has conseguido? Enhorabuena, ahora eres feliz. Esa sensación va a ser muy fugaz. Disfrútala, quizá sea la última vez que puedas hacerlo.

Despierta y vuelve a la realidad. Mañana despertaremos rodeados de los mismos problemas, la misma inseguridad. ¿Alguna vez nos libraremos de ello? Cuando una preocupación desaparece es porque otra la ha sustituido. Jamás estaremos satisfechos si es ese nuestro propósito.

En fin, mejor será que siga todos los pasos. Puede que mañana sea el día en que amanezca en otra cama, en otra habitación, en otra ciudad... Y todo lo que hoy me abruma se haya esfumado, aunque únicamente sea por unos breves segundos.

viernes, 14 de enero de 2011

Tarayes

Hoy le vi. Temía mucho este día, no sabía cómo iba a reaccionar. Ayer mis nervios no solo eran fruto del examen sino porque también intuía lo que pasaría. Sentí la misma sensación que hacía unos cuatro meses atrás. Todo era confuso, nos limitábamos a esquivar la mirada. De hecho, en ningún momento llegaron a cruzarse. Aún así, la emoción era totalmente distinta a la ya sentida.

Habíamos hablado un par de veces durante los meses de verano pero todo era muy frío, aquello buscaba un final o una segunda parte. Coincidimos y, los primeros días, apenas se apreciaba la tensión. Llegaba muy nerviosa porque sabía que le vería. Vestía con lo mejor que tenía en el armario. Uno de esos días en los que yo no dejaba de examinarle me di cuenta de que él actuaba exactamente como yo. Quizá no era su intención la misma que la mía pero a mí me lo pareció. Una tarde llegaba con la camiseta que le había contado que tanto me gustaba y, unos días después, aparecía con el pantalón que tan bien le quedaba. Yo estaba confusa, no entendía si eso eran señales o simplemente casualidad.

Pasaba el primer mes y, aunque no me interesase lo que estaba haciendo, si en un momento no tenía ningún quehacer, le contemplaba disimuladamente. Lo más extraño era que el gesto era recíproco.

No podía contenerme de preguntar qué pasaba y él no tardó en responder. Simplemente le dije "¿Tú también percibes la tensión que hay entre nosotros?" y me contestó con "No insistas, hay otra". Me derrumbé como jamás lo había hecho. No podía dejar de sollozar, no entendía la situación.

¿Tantas expectativas como había creado en mi cabeza y ninguna era real? Era demasiado utópico. Tenía que haber el más mínimo sentimiento para que él actuara de ese modo. El único consejo que me dieron esa noche fue que si merecía la pena intentarlo, de ningún modo me rindiese. Pero yo ya había optado por desistir. De todas formas, había una parte de mí que quería seguir adelante por ese camino a ninguna parte.

Unas horas más tarde, el teléfono sonó. "Quiero hablar contigo".

No comprendía por qué al verme me abrazó como si nada de lo que anteriormente había dicho fuese verdad. Era imposible seguir con esa farsa adelante pero tampoco podíamos despegarnos, más bien, yo no quería irme de su lado. Cuando entre lágrimas miraba al suelo, lo único que él me pedía es que levantara la cabeza. No tenía valor. Eso debía terminar ya. Era insoportable aguantar más así.

Se despidió y cada uno dispusimos nuestro camino. Hasta que no llegué a la puerta de casa, mantuve la esperanza convencida de que volvería a por mí arrepentido. Pero no lo hizo. Solo se me ocurrió enviarle un mensaje en el que expresaba en dos palabras todo lo que sentía por él. Y hubo respuesta.

Dicen que del amor al odio hay un solo paso y con esta frase estoy dando a entender todo lo que ocurrió después.

Esto es un auténtico drama romántico de película. Entre lágrimas y palabras bonitas que a la velocidad de la luz se desvanecen. Quizá nada fue real o, por el contrario, esto es tan especial que algún día, cuando menos lo esperemos, llegaremos a un fin en el que la historia dará ese giro completo que tanto anhelo.

He de decir que me quedo con la segunda parte del dicho, en ocasiones no es el odio lo contrario al amor sino la indiferencia.

En fin, espero que no vuelva a aparecer por mi mente y, mucho menos, por mis sueños, esos pensamientos verdaderos incontrolables.

miércoles, 12 de enero de 2011

Inigualable

He decidido tentar a la suerte. No solo he colocado una percha al revés de las demás sino que, además, optaré por no mirar con qué pie me voy a levantar mañana. 

He retomado el hábito de escuchar Iván Ferreiro y rodearme de plantas. ¿Qué más se puede pedir? Bueno, sí que puedo pedir algo más... Que mi bulbo de jacinto empiece a brotar y yo lo pueda ver crecer. Pero ese no es el caso.

Llevo un par de días que abandoné la lectura y no encuentro momento para recuperarla. Habla del perdón y aunque llevo medio libro, todavía no sé por qué motivo debe el protagonista perdonar a otro personaje. Me come la curiosidad por saber qué es.

Sigo consumida en mi inquietud. No puedo estar parada ni por un segundo, ni siquiera durmiendo. Ya hablé de mi dificultad para llamar al sueño pero mi cuerpo también lo advierte. Comienzo a padecer alopecia, mis gemelos están a punto de subirse, mi estómago no hace más que encogerse, por no hablar de otros síntomas. Y sí, solo son exámenes que jamás antes me habían hecho encontrarme así. 

Hace unos días, escuché en el informativo que el número de muertos en accidentes había disminuido. No tiene ningún sentido hablar de un aumento o un descenso de esa cifra. Estoy más que harta de que lo comparen. Un año hubo unas personas que por cosas del destino fallecieron trágicamente en la carretera y dio la "casualidad" de que otras personas totalmente distintas a las anteriores se encontraron con el mismo sino. No por eso el número crece o decrece. No es una función ni hiperbólica ni parabólica, son puntos libres que no siguen ninguna directriz. 

Al igual que tampoco se debe equiparar el número de aprobados y suspensos de un año a otro. Los individuos que hacen frente a esos exámenes son personas íntegramente diferentes a las de años anteriores. Dichosa manía de profesores y periodistas.

Y aún está por ver las comparaciones odiosas de las madres con los hermanos. Eso sí que es digno de ser detestado. Ninguno somos perfectos y cada uno nacimos con el don que Dios nos quiso dar y no por eso tenemos que ser más admirados o más despreciados. 

Somos personas únicas, irrepetibles. Quien dice que en el otro lado del mundo tiene un doble, miente. Incluso los hermanos gemelos son desemejantes. 

En fin, que nos aprecien por lo que hemos moldeado de nuestra persona y que no nos juzguen por lo que quieren que seamos, que nos aprueben con nuestros valores y nuestras rarezas y, lo más importante, que nosotros mismos aceptemos lo que se nos ha otorgado.

martes, 11 de enero de 2011

La culpa es de la almohada

Me siento a escribir. Soy incapaz de conciliar el sueño. Se supone que anoche apenas había descansado entre nervios y demás. Además, hoy salí a correr para coger la cama con más ganas. Imposible.

Miro el reloj y apenas son las 2. El despertador sonará mañana a las 7 y yo, un día más, dormiré menos de seis horas. Malditos exámenes.

Hace unas horas leí que todos somos muy valientes cuando hablamos con la almohada. Tenemos esa increíble fuerza de voluntad y una capacidad para autoconvencernos que a veces nos asusta. Pensé que jamás lo llevaría a cabo, levantarme de la cama y... Actuar.

Todas esas cosas que tengo guardadas para decirte, hoy las vas a escuchar. Es lo que más me repito cada noche. Y no, nunca tengo el valor de realizar todo lo que me propongo cuando estoy con ella, con la almohada. He descubierto un modo de persuadirla, aún así, ella me encuentra. Trato de mirar al futuro y me veo con fuerza para plantar cara a todo lo que hoy me achanta. Seguro que el día de mañana tendré otras miles de cosas como para acordarme de lo que sucede en estos momentos. Sin embargo, me consuela saber que los que un día me ignoraron, me echarán en falta, y los que no creían en mí, acabarán lamentándose. Al menos esa es mi visión del mañana.

¿Y por qué disponemos de tantísimas ganas de comernos el mundo cuando cerramos los ojos? Es una manera de crecernos, que en la gran mayoría de las ocasiones, nunca ejerceremos fuera de esta situación.

Hace unos días, lo único que me interesaba era recuperar una persona. Estuve toda una noche dándole vueltas cómo lo iba a hacer, lo que iba a decirle, incluso había imaginado miles de respuestas que darle según su contestación. Al fin, dormí. Sonó el despertador y, por completo, todas esas ansias se habían desvanecido como si de polvo se tratase. Ya no sentía ningún interés ni por redimirla ni mucho por saber de aquella persona.

En otra ocasión, había planeado el día de estudio perfecto para sacar un par de horas y dar un paseo con la bici. Ni con esas. Amaneció, el Sol incluso ya se encontraba en su máximo esplendor, cerca del mediodía, y yo seguía con la cabeza pegada a la dichosa almohada. Mi tarde de paseo se truncó pero, tampoco afronté tantas horas como me había propuesto de estudio, creo recordar que no llegaron ni a la cuarta parte de estas.

Entonces, ¿por qué no nos levantamos de la cama en ese mismo instante en el que nos llega ese haz de coraje? Aún haciéndolo, en cuanto la cabeza y la sábana se separan, esas ganas se esfuman. Nuestros proyectos son tan efímeros en esta situación...

Aunque es realmente cuando nos damos cuenta de lo que estamos capacitados a emprender por nuestra cuenta, sin necesidad de la ayuda de nadie, sin pedir opinión, sin pensar en el qué dirán. Es cuando sale a la luz la persona que somos y que no mostramos. Todos nuestros miedos se apagan. El amanecer venció al anochecer, no obstante, advertimos que en cualquier momento el Sol volverá a ponerse.

Y yo propongo, ¿por qué no actuar? Tomamos una libreta y anotamos todo lo que nos pasa por la cabeza justo en el momento en el que nos disponemos a desconectar de la realidad. Comprobaremos que nuestros problemas no son tan graves como pensábamos, que nuestra perspectiva de futuro es mucho más bella de la que habíamos cavilado.

En fin, dediquemos un poco más de tiempo a nosotros mismos, aprendamos a querernos tal y como somos sin infravalorarnos, dejemos atrás todas esas preocupaciones y dispongámonos a soñar.

lunes, 3 de enero de 2011

Díselo con flores

¡Lo necesito ya! Quiero desconectar de todo y es cuando más conectada debería estar. Esto no puede ser. Buscaba alguien a quien contarle todo lo que me ocurre en este momento y no he encontrado nadie que se adecue a mi necesidad. Mal empezamos. Lo único que he conseguido ha sido echarme unas risas leyendo cómo se puede tener una vaca en una isla. Comienzo a desesperar.

Bien, al fin llegó lo que me hacía falta, gracias a Dios. Me llenan los ojos frases llenas de sabiduría.

"Piensa en frío". Primer consejo de la noche, mejor lo dejaré para consultar con la almohada. "Deja el rencor si no quieres perder a las personas que quieres". Segundo consejo, más difícil de llevar a cabo, pero no imposible.

Y se escucha La parábola del tonto... Es la parte negativa de poner el reproductor en aleatorio, que escuchas de todo y siempre aparece la divina casualidad que te ofrece las canciones oportunas al momento.

Hace dos horas que emprendí esto... Mientras tanto, tuve tiempo a animarme y a rematar unos asuntos. Suena Lisboa. Es la necesidad de encontrar eso que me falta, eso que tanto anhelo. Cambio radical de la temática.

Es inevitable echar la vista atrás y descubrir todo lo que he ido perdiendo con el tiempo. Otra más para la lista de canciones, Paracaídas. ¿Qué será lo próximo? Tengo miedo a percibir lo que sigue habiendo ahí afuera, a volver a cometer los mismos errores que perpetré en el pasado. Mil veces he dicho que se aprende de las equivocaciones, pero diez mil veces más repito que somos tan débiles que no vemos entre la confusión. Pensamos que esta mano será distinta pero, no, sigue siendo exactamente idéntica a la ya cometida. Suerte si hay alguien cercano que sea capaz de abrirnos los ojos. 

No siempre sucede así. 

En otras ocasiones somos tan cabezotas que damos todo por tirarnos de cabeza a esa piscina sin agua llegando a encontrarnos solos, destrozados, incapaces de seguir adelante. La vida me ha enseñado que incluso en ese estado hay quien está ahí, ya sea la familia o un amigo al que diste de lado por tu obcecación.

Olvídate de mí, siguiente pista de la lista. Vale, pues te olvido, que no quiero volver a errar. Fácil de decir, difícil de lograr. Es lo mismo de siempre. Todo se centra en nuestro centro de gravedad, eso que más nos atrae y que nos lleva de cabeza. Eso que no queremos volver a repetir. Aunque nunca seremos capaces de decir "no". Se necesita mucha entereza para enfrentarse y decirlo con total confianza. Generalmente, es un don que no se tiene. 

Nos ocultamos tras las nuevas tecnologías, todo lo solucionamos con un pequeño mensaje o una simple conversación por messenger pero, esa no es la solución. Hemos perdido esa costumbre de sacar valor donde no lo hay y decir que es lo que no buscamos, decir "no", y, sobretodo, escuchar la otra parte, los otros sentimientos, las otras opiniones, eso que detestamos oír porque sabemos que, en lo más profundo de nuestro interior, hay una voz que nos hace inseguros, nos hace dudar y volver a recaer en eso en lo que estábamos tan seguros.

El ser humano es así. Somos impredecibles, nos gusta fluctuar, preferimos continuar jugando llegando incluso a hacer daño. Por suerte, no hemos sido nosotros quienes hemos escogido nuestras formas de pensar y actuar. Tenemos excusa.

En fin, un poco sin sentido pero muy juicioso. Seamos audaces y evitemos el mal ajeno aunque con ello vaya nuestro bienestar.

Tratad a los demás como os gustaría que os tratasen. Pues, si amáis solo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? (Lucas 6, 27-38)

Ahí queda.

sábado, 1 de enero de 2011

Con el pie derecho

Y al fin comenzó un año nuevo. Me siento, empiezo a recapacitar lo que han sido estos días, meses... Me acompaña una tableta de turrón de chocolate, aprovechando la época.

La noche fue legen -espera un momento- daria. Me han recordado que estuve a punto de caerme, acontecimiento que yo no recordaba. No hace falta que diga que me bebí hasta el agua de los jarrones. Tuve la oportunidad de disfrutar una de mis situaciones favoritas, discutir sobre política, algo muy habitual en las comidas y cenas familiares pero, pocas veces entre amigas. Lo mejor de todo es que todas opinábamos lo mismo, bueno, no en todo. Aunque este no es el tema de hoy.

He celebrado ya veinte nocheviejas y he recibido el año nuevo otras veinte veces. Es mi época predilecta, después de Semana Santa, claro está. Pero esta ha sido excepcional. No vestía nada rojo, no he tomado las uvas, aunque eso no es una novedad. Sí que tuve que comer lentejas, después de unos cinco años quizá. Las detesto.

Ayer me despertó mi hermana recién llegada de Londres con regalos para todos. Mi camiseta nueva de Abercrombie&Fitch huele espectacularmente bien, una pena que se tenga que lavar, y mi bolsa de Harrod's es tan preciosa... Mas lo que más me gustó fue la bolsa en la que venían los presentes. Algún día hablaré de ella.

La comida fue muy divertida en familia. Verme comer lentejas no tiene precio. La tarde fue aburrida entre capítulos de Cómo conocí a vuestra madre y haciendo cola para la ducha.

Una vez todos reunidos para cenar, empezamos a cervezas entre "Chispín" y yo. Lo de "empezar a cervezas" fue muy relativo, debería haber escrito "nos bebimos una cerveza". Los chuletones estaban tremendos, no sé si sería la lumbre o la mano de mi padre cocinando.

Se me olvidó comentar que mandé un mensaje extremadamente precioso, solo para esas personas extremadamente preciosas. Las respuestas fueron muy sublimes.

Después de la cena, preparando las uvas. Ya he dicho que yo no tomé uvas opté por doce cacahuetes cubiertos de chocolate. El misterio era descubrir cuáles eran cacahuetes y cuáles eran bolitas de maíz. Finalmente, todos fueron cacahuetes, por lo tanto, me espera un buen año.

Al volver a casa lo tenía muy crudo para llegar a la cama. El lentillero lo había dejado en el otro baño, al igual que el cepillo y la pasta de dientes, las toallitas desmaquillantes y las gafas. Recapitulé que los botes de líquido de las lentillas tienen un lentillero y estos están en mi armario, una menos. Siempre llevo un cepillo de dientes en la bolsita de las lentillas, otra menos. Lo peor era encontrar pasta de dientes. Sí, ir de hotel y casa rural también tiene sus ventajas cuando recoges todo lo que te ofrecen. Tenía una pequeñita pasta de dientes entre mis cosas. En el mueble estaban las toallitas desmaquillantes que las había cambiado mi hermana porque tuvo que maquillarse y desmaquillarse unas tres veces. Cuestión de suerte. Solo me faltaron las gafas, pero bueno, encontré la cama.

Qué malo es beber y dormir después. Siempre tengo pesadillas y nunca descanso como debiera. Me queda mencionar que anoche tuve una pequeña "telepatía". Justo cuando me arropé, sabía a quién tenía que darle el toque de buenas noches, lo mejor de todo es que esa persona ya lo había hecho antes que yo.

En fin, mis mejores deseos para este nuevo año y que podamos disfrutar de la compañía de esas personas que queremos. Lo que hemos dejado atrás forma parte del pasado. Recibamos al presente con todos esos errores enmendados dispuestos a no cometerlos nunca más.