jueves, 14 de julio de 2011

Merecidas vacaciones

El desayuno es lo más raro que he visto nunca, aunque terminas acostumbrada. En la mesa un plato lleno de lomo, jamón, queso, chorizo, entre otras cosas más light. En los vasos no hay leche ni café, sino agua. No se pasa el azúcar, sino el pan. Cuando hemos casi acabado el plato, raro es el día que queda limpio, pasamos al segundo plato, los dulces. Cerca del apartamento hay una pastelería que hace maravillas como napolitanas o palmeras. Si hay suerte, puedes pillar algún trocito, sino toca comer bollería industrial que de eso siempre hay. 

Mi padre dice que el desayuno es el adecuado para pasar una mañana de playa aunque yo lo pongo en duda ya que la mayoría de los días apenas tenemos hambre para la comida.

Hasta que prohibieron lo de dejar la sombrilla e irte, mi padre era el que se levantaba primero, bajaba a ponerla, nadaba hasta la boya y volvía al apartamento. Ahora es diferente. 

Como somos siete, cuando estamos todos, a veces incluso ocho, y hay muchos brazos, cada uno carga con lo que tiene asignado. La colchoneta, las sillas, la sombrilla, el equipo de buceo, las toallas... Lo que viene siendo material indispensable para un día de playa.

A media mañana ya estamos en la playa, no antes sin haber comprado el periódico y alguna revista de corazón para pasar el rato. Es en estos días cuando tengo la oportunidad de leer El Mundo, el Marca, el ¡Hola!, la Quo, alguna Coure... Y no nos olvidemos de las revistas que traen regalos que justo en ese momento necesitas. Y ya que estamos en el mismo sitio que venden colchonetas, nos llevamos alguna si ese año no hemos traído de casa. Por suerte, este año tenemos colchoneta para la playa desde hace unos meses.

Ya en la playa, el que llevaba las sillas es el más afortunado porque se sentará en ella, el que llega tarde, o se baña o se sienta en la arena. La pequeña se pasa la mañana en el agua. El marido de mi hermana siempre se acerca a preguntarnos por nuestras vidas sentimentales. Yo intento reconciliar el sueño en la arena. Mis padres se pasean de una punta a otra. Mi hermana siempre tiene algún libro entre manos. Mi hermano se dedica a fastidiarnos desde el cariño. 

En cierto momento, coincidimos todos en el agua. Yo le mojo el pelo a mi madre, mi hermano intenta ahogarme, la pequeña se ríe, mi cuñado le apoya, mi padre sigue hablando con mi madre y mi hermana mayor les ayuda a acabar conmigo. No sé qué tendré que siempre todos quieren ahogarme.

Una vez recogida nuestra pequeña y temporal parcela en la playa, si la mayoría está de acuerdo, nos quedamos unos minutillos más tomando unas cañas en el bar. Sino, volvemos al apartamento y allí tomamos el aperitivo, mientras mi madre y mi cuñado preparan la comida.

Comemos todos juntos y siempre hay alguna anécdota que contar de nuestra mañana en la playa, ya sea algo que hemos visto o que hemos vivido. La comida sabe mil veces mejor que en casa y, de postre, tiramos de la tarrina de helado de sabor extraño que suele escoger mi cuñado en el hipermercado. No suele tener mal gusto.

Después llega la hora de la siesta. La mayoría se duerme y yo intento evitarlo para poder conciliar antes el sueño por la noche. Ponen el Tour en la tele y no hay cosa que más me aburra. Lo peor de todo es que si lo cambias, se despiertan. Increíble.

Siempre decimos que después de la siesta vamos a bajar todos los días a la playa y nunca lo hacemos. Nos ponemos a merendar y a ver la tele hasta que nos da la hora de la cena. 

La misma tarde del día que llegamos la pasamos en Carrefour. Mi padre tiende a quedarse en la sección Ferretería y siempre, siempre se lleva algo por delante. Nosotros nos limitamos a preguntar para qué sirve y recibir una respuesta ininteligible.

También tenemos un par de tardes de rebajas, en las que aprovechamos para algún capricho o alguna ganga. Esa misma tarde terminamos cenando en Burguer King o en Telepizza y todos muy felices, especialmente mi cuñado y yo, a excepción de mi padre, que no tiene mucho aprecio a la comida rápida.

Las noches suelen ser relajadas, damos un paseo por la playa y tomamos un helado en nuestra habitual heladería. En ocasiones, los hombres de la casa se hacen los importantes y piden alguna bebida como gin tonic, mojito, café irlandés... También, algún que otro día, salimos por la zona de bares, cuando mis padres se van a dormir. Tenemos sitio fijo para empezar la noche, una terraza muy acogedora de una conocida discoteca, pero no para terminar. 

En estas dos semanas, alguna tarde escapamos a Altea y a Calpe, visitamos la cala de Benidorm y, lo que menos nos gusta, pasamos por Petrer para afilar las fresas y comprar algún retal de piel.

Estos días son el mejor regalo que mis padres nos pueden dar.

1 comentario:

Unknown dijo...

Felices vacaciones y que te ayuden para acercarte a El.
Un saludo.