lunes, 14 de febrero de 2011

Dándole a tus pies camino

No me veía capaz de hacerlo pero voy a ello. Tengo entre mis manos el pequeño cuaderno que fui escribiendo a lo largo de los nueve días que duró mi Camino de Santiago. Terminé de contar todo lo que me había pasado y a la vuelta lo guardé en el fondo de un armario para nunca más saber de él. Con el paso del tiempo se me venían las canciones aunque la letra ya estaba un poco turbia y fue lo que me hizo recuperarlo.

"Ante ti me postro, oh Virgen Madre de Dios..." Era mi canción favorita. No hubo día que alguien tuviese la guitarra entre manos y pidiese que la cantáramos. Al igual que "Ante ti venimos, pues Tú nos has llamado y nos atrae tu voz..."

Es una pena que aquí nadie quiera compartirlas. Bueno, al menos sé que en agosto voy a tener que volver a prepararlas.

Entre las hojas, hay folletos, notitas de amigos, oraciones, dinámicas... Solo hay frases de ánimo. En realidad todos querían que llegásemos al final. 

Hay un folleto en el que explica cómo preparar el Año Santo y los efectos que deben surgir en la persona. Plantea una renovación interior, que llegué a experimentar; ser testigo del Evangelio, que lo intento día a día; y un compromiso apostólico, que es lo que debería de tener en cuenta más a menudo.

Entre papel y papel, he encontrado una entrada a la piscina de Sarria. Era la mejor parte del día. Sentías cómo los pies y las piernas descansaban, se relajaban... Aunque no por mucho tiempo. Apenas disponíamos de tiempo libre para estas cosas. Esto me recuerda que en esta piscina no dejaban tirarse de cabeza y era lo primero que hacíamos todos al llegar. El socorrista terminó mosqueándose.

Increíble. Aún conservo el papel con el nombre de mi peregrino invisible. Me porté fatal con ella, apenas tuve tiempo para dedicarle. Mi estado mental era pésimo para animarme a mí y mucho menos para dedicarme a los demás. Por el contrario, peregrina invisible, la que cuidaba de mí, fue de lo mejor de la experiencia. Me veía llorar y ya tenía una notita dándome ánimos. Andaba a mi lado, me ofrecía todo lo que tenía. El último día que estuvimos juntas, como despedida, me regaló un pequeño peregrino que tengo en la mesita, para que no pase ni un día sin acordarme de ella.

Hay un pequeño texto en papel amarillo en el que se le recuerda al amigo que puede contar conmigo.

Si otras me veces me encuentras huraño sin motivo, no pienses que es flojera; igual puedes contar conmigo. Pero hagamos un trato: yo quisiera contar contigo, es tan bonito saber que existes, uno se siente vivo; y, cuando, digo esto, no es para que vengas corriendo en mi auxilio, sino para que sepas a ciencia cierta que tú sabes que puedes contar conmigo. Amigo, tú sabes que puedes contar conmigo, no hasta dos ni hasta diez sino contar conmigo. Si algunas veces adviertes que te miro a los ojos, y una veta de amor reconoces en los míos, no pienses que es delirio; a pesar de la veta, o tal vez porque existe, tú puedes contar conmigo.

También guardo una postal de Santiago de Compostela escrita por una maravillosa amiga que siempre tiene palabras de ánimo para mí.

Veo que llega el momento de las reflexiones y aún sigo planteándome si optar por volver a guardar el cuaderno o abrirlo y contar más.

Lo primero que leo es ¡Buen Camino! Cómo me gustaba escuchar esa frase. Te daba una energía impresionante, mucha más si era un desconocido.

El Camino de Santiago es una experiencia personal porque cada uno sale con lo que es, con lo que tiene, a recorrerlo; cada uno se pone en marcha con sus interrogantes y sus deseos, con su energía y sus capacidades, con su fe y sus problemas, y espera encontrar algo para su propia situación. Nadie aporta lo mismo; nadie espera lo mismo y, aunque uno no encuentre lo que busca, cada uno hace su propio camino.

Después viene el horario. Ya no me acordaba de lo fácil que se me hacía levantarme a las cinco y media de la mañana para que a las seis ya estuviésemos en marcha. Siempre hacíamos una pequeña oración. Era el momento ideal para lavar las lentillas, ya que no había día que no se me empañasen los ojos en ese momento.

Voy a ceñirme a los que quería comentar, los ecos de cada día.

La primera noche, en Ponferrada, escribí a oscuras y lo único que sentía era miedo de no saber lo que me esperaba pero con mucha ilusión de llegar comenzar, sabía que este Camino me ayudaría a saber escoger en un futuro.

El segundo día me doy palabras de ánimo. Ni yo me lo creo. Si las hubiese leído a tiempo... Comienzo a ver los peligros del Camino, las dificultades. Termino escribiendo "Mucho ánimo y lucha por lo que quieres".

Esa misma noche tiraron piedras. No había sentido tanto miedo como ese día, en serio. No sé por qué este día termina con "Que vivan los idiotas que nos hacen reír". Mis tobillos comenzaban a hincharse. Ya había descubierto que el ánimo comenzaba a decaer. Gracias a Dios, tenía al lado a la doctora que me recomendaba comer muchos M&M's, beber mucha agua y, sobretodo, me ofrecía lo mejor que podía darme, su apoyo, el apoyo de hermana que tanto necesitaba. La etapa desde Villafranca a Piedrafita fue la más dura, sin duda.

El tercer día termina con un "¡¡Me encuentro fenomenal!!" Todo mentira. El bajón ya era apreciable, era algo imparable. En esta etapa tuvo lugar el primer milagro. La doctora se hartó de mí, siguió para delante y me dejó detrás. Ya brotaban las lágrimas de impotencia, de poder continuar su ritmo. Hay una frase que me gusta mucho "Si Cristo no se bajó de la Cruz, ¿por qué iba a retirarme yo?" Era lo que me repetía día tras día, lo que me daba fuerzas para continuar.

La cuarta etapa es la que ya había comentado. Los tendones se hacían notar. El paisaje era maravilloso con las escaleras de piedras, la niebla, árboles en medio del Camino y hasta un río que corría al revés. Por fin comí tarta de Santiago. Los compañeros ya recitaban los primeros discursos de agradecimiento y yo no podía contenerme las lágrimas.

El quinto día tocó compartir polideportivo. Si mi ánimo no estaba muy arriba, vi el baño y me derrumbé por completo al ver que solamente había uno y lleno de telarañas. Estaba más que claro que estaba a punto de volverme a casa. Compartí los primeros ratos con dos amigos muy especiales. Este sí que fue de los días más divertidos.

Y por fin llegamos a la sexta etapa, la que me enterró. Pasé absolutamente todo el día llorando, desde que me levanté hasta que me volví a acostar. El dolor de tobillos ya era inaguantable, mi ritmo cada vez decaía más. La doctora fue a su aire. Me duché con agua fría, no, congelada. El momento terracita sí que me gustó. Tomar el café calentito cuando pegaba el frío, se agradecía mucho. En la eucaristía lloré más que nunca. Salí buscando consuelo y no lo recibí. Para remate, mamá llamó echándome la bronca y no podía más, le colgué. Discutí con la doctora.- Incluso ahora, recordándolo, me echo a llorar.- Esa noche sí que la pasé completamente llorando. Pedí volver a casa. Era este el motivo por el que no me encontraba con fuerzas de volver a leerlo. Fue el último día que usé lentillas.

La etapa anterior había causado en mí un cambio en mi manera de actuar. Físicamente, ya no solo llevaba los tobillos inflamados, ahora iban a conjunto con mis ojos. El Camino se hizo ameno con las canciones. Y el buen recuerdo de una eucaristía espectacular en Arzúa.

El octavo día se hizo pesado al hacer desvío hasta Touro. La doctora ya no tenía que tirar de mí, otra personita se ocupó de mí. Tuve el primer detalle con sabor a chocolate y, por primera vez en el Camino, tuve ampollas.

La novena y última etapa llevaba el ánimo por las nubes. Solo de pensar que era el último día tenía hasta ganas de correr. En mitad del Camino, se liaron los cordones de la bota derecha con la bota izquierda y estuve a punto de caerme. Alguien me cogió la mochila antes de que arrastrara conmigo al suelo. El esfuerzo mereció la pena. Se puede leer "El Camino ha terminado".

La experiencia ha sido muy positiva. Me ha ayudado a crecer como persona. Los malos momentos me hicieron aprender y los buenos... Los buenos quedan para el recuerdo. Y como dijo Faustino...

Dejemos obrar a Dios que para mejor será.

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